📅 01 de noviembre, 2019
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Morir no es un hecho bruto, nuestra sociedad ha querido comprender este fenómeno en distintas formas, buscando adjudicar un significado. […] Por otra parte, la representación de la muerte y del más allá tiene siempre relación con la vida, con las formas de vivir en cada época y con las creencias ligadas a ella. […] Finalmente, no se puede hablar de muerte sin mencionar la búsqueda de un sentido de trascendencia, de forma que la religión ha cumplido también un papel importante en la búsqueda de un consuelo ante un hecho inevitable, dando su propio significado al hecho de morir. (Hernández Arellano, 2006)¹
La cultura en México se caracteriza por su variedad de celebraciones que se realizan en torno a las costumbres, creencias y tradiciones, heredadas de nuestros abuelos, que han pasado de generación en generación, hasta llegar a nuestros días. Una de las fiestas más representativas es la que les celebramos a nuestros muertos, cuyo significado es mágico-religioso; cada pueblo en nuestra República Mexicana tiene distintas formas de vivir el culto. (Sánchez Tapia)²
Para los antiguos mexicas, la muerte representaba el paso a otra vida, como los guerreros que morían en la batalla, la mujer que no aguantaba el dolor del parto y fallecía, el dios Huitzilopochtli los esperaban en el Omeyocan, ya que éstos representaban los rayos que desprendía Tonatihu, para después llegar a la tierra en forma de colibríes; cualquiera que enfermaba el dios Mictlantecuhtli y su esposa Mictecacihuatl, los esperaba en el Mictlan, los que morían por circunstancias relacionadas con el agua Tláloc los esperaba en Tlalocan y los niños que fallecían buscaban el Tonacuahtlan, ahí se encontraba el Chichicualcuahtl, árbol de la mamazón, el cual las hojas que colgaban eran en forma de senos, así podían comer los niños de él. (Sánchez Tapia)²
A partir de la Conquista, las múltiples formas de celebración se concentraron en los días impuestos por la religión cristiana. Entre todas las ceremonias dedicadas a los muertos destacaban particularmente dos: la primera, celebrada en el noveno mes del calendario azteca, llamado Tlaxochimaco o Miccailhuitontli, es decir, fiesta pequeña de los muertos o fiesta de los muertos pequeños, y la otra, Xócotl Uetzi, también nombrada Hueymiccailhuitl, la fiesta grande de los muertos, festejada en el décimo mes. De este modo, con el advenimiento del cristianismo, se establecieron en México el primero y el dos de noviembre como los días de celebración de los difuntos, asimilando la tradición antigua, es decir primero la fiesta de los niños, y luego la de los adultos fallecidos. (Villaseñor Bayardo & Aceves Pulido, 2013.)³
Desde luego, la esencia más pura de estas fiestas se observa en las comunidades indígenas y rurales, donde se tiene la creencia de que las ánimas de los difuntos regresan esas noches para disfrutar los platillos y flores que sus parientes les ofrecen. Las ánimas llegan en forma ordenada. A los que tuvieron la mala fortuna de morir un mes antes de la celebración no se les pone ofrenda, pues se considera que no tuvieron tiempo de pedir permiso para acudir a la celebración, por lo que sirven solamente como ayudantes de otras ánimas. (Denis Rodríguez, Hermida Moreno, & Huesca Méndez, 2012)⁴
La muerte es un personaje omnipresente en el arte mexicano con una riquísima variedad representativa: desde diosa, protagonista de cuentos y leyendas, personaje crítico de la sociedad, hasta invitada sonriente a nuestra mesa. Es así, una ardua tarea entender la muerte y su significado, labor que abarca momentos de innumerables reflexiones, rituales y ceremonias de diversa índole, lo que ha erigido el máximo símbolo plástico de la representación de esta festividad: el altar de muertos. Dicha representación es quizá la tradición más importante de la cultura popular mexicana y una de las más conocidas internacionalmente; incluso es considerada y protegida por la UNESCO como Patrimonio de la Humanidad. (Denis Rodríguez, Hermida Moreno, & Huesca Méndez, 2012)⁴
El altar de muertos.
El altar de muertos es un elemento fundamental en la celebración del Día de Muertos. Los deudos tienen la creencia de que el espíritu de sus difuntos regresa del mundo de los muertos para convivir con la familia ese día, y así consolarlos y confortarlos por la pérdida.
Los más comunes son los altares de dos niveles, que representan el cielo y la tierra; en cambio, los altares de tres niveles añaden a esta visión el concepto del purgatorio. A su vez, en un altar de siete niveles se simbolizan los pasos necesarios para llegar al cielo y así poder descansar en paz. Este es considerado como el altar tradicional por excelencia. En su elaboración se deben considerar ciertos elementos básicos. Cada uno de los escalones se forra en tela negra y blanca y tienen un significado distinto. (Denis Rodríguez, Hermida Moreno, & Huesca Méndez, 2012)⁴
La cultura mexicana tiene su más colorida representación en la celebración de Día de Muertos, festividad que se ha visto retratada en diferentes expresiones culturales, las que abarcan todas las manifestaciones: desde el arte prehispánico hasta el popular de nuestros días.
La muerte, en este sentido, no se enuncia como una ausencia ni como una falta; por el contrario, es concebida como una nueva etapa: el muerto viene, camina y observa el altar, percibe, huele, prueba, escucha. No es un ser ajeno, sino una presencia viva. La metáfora de la vida misma se cuenta en un altar, y se entiende a la muerte como un renacer constante, como un proceso infinito que nos hace comprender que los que hoy estamos ofreciendo seremos mañana invitados a la fiesta. (Denis Rodríguez, Hermida Moreno, & Huesca Méndez, 2012)⁴
Las personas mueren de diferentes enfermedades, en diferentes circunstancias y ámbitos culturales, con diferentes niveles de conciencia y con diferentes percepciones de lo que constituye una buena muerte. La relación que cada uno de nosotros establece con la muerte se teje en el plano más íntimo, a través de la conciencia personal, matizada por la época, las creencias y los conocimientos y con base en ello cada cual vuelve la vista para buscar un sentido a su propia muerte. (Hernández Arellano, 2006)¹
"La muerte, es democrática, ya que a fin de cuentas, güera, morena, rica o pobre, toda la gente acaba siendo calavera". J.G.Posada
²Sánchez Tapia, M. A. (s.f.). Universidad Autónoma del Estado de México.