📅 13 de febrero, 2020
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Desde siempre, el hombre ha tenido la necesidad de comunicarse con los demás, de expresar pensamientos, ideas, emociones, de investigar, saber, obtener información creada, expresada y transmitida por otros. La creación, búsqueda y obtención de información son acciones esenciales y propias a la naturaleza humana, siendo la cultura el fenómeno macro por excelencia de la socialización del conocimiento.¹
Actualmente no hay ninguna dimensión de la vida que quede excluida de la transformación generada por la innovación tecnológica y las posibilidades de manejar la información.
La comunicación actual entre dos personas es el resultado de múltiples métodos de expresión desarrollados durante siglos. Los gestos, el desarrollo del lenguaje y la necesidad de realizar acciones conjuntas tienen un papel importante.¹
El avance impetuoso de las Tecnologías de la Información y la Comunicación (TIC) experimentado a partir de las últimas décadas, del pasado siglo XX, ha puesto al servicio de la sociedad poderosos instrumentos de comunicación que potencian y favorecen su desarrollo en todas sus dimensiones; transformando la sociedad y de hecho las relaciones humanas, las que se adaptan a la organización del contexto histórico y asumen características psicosociales propias que definen a las personas que nacieron en esa etapa.²
El amor no solo tiene una dimensión personal, es una emoción que está sujeta a significados compartidos que establecen pautas sobre quiénes merecen amor, cuáles son las cualidades que deben poseer las parejas, cuándo y cómo se expresa el amor, y qué comportamientos son necesarios para conseguir y mantener el amor hacia alguien en grupos sociales específicos. Siguiendo las premisas teóricas de la sociología de las emociones, comprendemos que el amor está sujeto a dinámicas socioculturales que le imprimen sentidos particulares y que habilitan a los miembros de una comunidad para vivirlo y juzgarlo.³
Las formas de buscar amor y construir parejas, matrimonios y familias están siendo traspasadas en la sociedad global de consumo por la revolución digital, basada en la globalización del capitalismo y de las telecomunicaciones, en particular en el desarrollo de Internet, el cual, además de ser una espacialidad político-cultural que reproduce las condiciones del (neo)capitalismo, ofrece también nuevas y distintas formas de interacción y agregación social, y con ello brinda oportunidades de vinculación afectiva y emocional que transgreden la localidad y reafirman la globalidad.⁴
En suma, ¿qué es lo que ha llevado a Internet a convertirse en una espacialidad simbólica de posibilidades inimaginables en la modernidad para el (los) encuentro(s) amoroso(s) en la localidad y en la globalidad? ¿Qué ha pasado con la sociedad, la familia y el amor? y ¿cómo se entrelazan vidas mediante Internet?
En nuestros días, el amor y las formas de amar son un importantísimo triunfo de la modernidad; su reivindicación radica en las nuevas maneras de buscarlo, encontrarlo, constituirlo y vivirlo; ahora, en la segunda modernidad o postmodernidad, el amor entre dos personas se independiza de la antigua oposición parental: el amor en la diferencia o en la igualdad, en medio de las luchas y de los resentimientos.⁴
Cuando se habla de redes sociales o social media, se hace referencia básicamente a las estructuras sociales formadas por diferentes individuos y organizaciones que se relacionan entre sí formando comunidades en plataformas digitales. Entre las más usadas están Facebook, Twitter, Linkedin, YouTube e Instagram, entre otras, que ofrecen servicios que permiten formar grupos, compartir información, imágenes o vídeos según los intereses de los usuarios, también está la red Badoo y la WhatsAppWeb, esta última es una extensión de la popular aplicación para teléfonos celulares, incluso existen ya aplicaciones para citas o ‘‘encontrar la pareja ideal’’.²
El amor bajo demanda implica libertad de elección y de consumo de personas. Con estas nuevas prácticas en Internet, se multiplica de manera constante el número de posibilidades de encuentros y, en consecuencia, de desencuentros. Entre los comportamientos más comunes están las personas que buscan pareja que, al encontrarla, dejan de usar el servicio; las personas que buscan encuentros temporales debido a sus necesidades de movilidad; las personas que ya tiene pareja y que usan el servicio como una forma de entretenimiento, por lo que surgen nuevos cuestionamientos: como si una persona está casada y corteja a otra en Internet, ¿es adulterio?, si chatea por las noches, ¿se puede considerar que la pareja a la que no conoce físicamente pero con la cual mantiene largas y profundas conversaciones es infiel?, ¿se cuestiona la fidelidad sólo si se consolida la interacción física?, y más.⁴
En relación con el amor y la pareja, coincidimos con Estébanez (2012)³ en que se puede afirmar sin exagerar que “la sociedad siente, comunica y vive sus relaciones en la red social”. Esto ocurre cuando las sociedades exponen al público sus experiencias personales, comparten su situación sentimental en su perfil, suben fotos de pareja, dedican canciones, frases, mensajes o estados (por ejemplo, “me siento enamorada o enamorado”). Estas posibilidades favorecen la sobreinformación y la ampliación de las zonas de vigilancia y control sobre el otro. La sociedad experimenta nuevas formas de socialización mediadas por las tecnologías digitales que afectan los ámbitos de la amistad, el cortejo y el ligue.
Ahora con el recurso de las redes sociales, la sociedad tiene la posibilidad de buscar y explorar el perfil de alguien que conocieron de manera casual, contactar con parejas potenciales a partir de que la foto del perfil les parece atractiva, o buscar a un amigo o conocido del pasado para intentar reiniciar una relación, entre muchas otras posibilidades. Internet, y en especial las redes sociales, han ampliado las posibilidades de encontrar el amor con bajos costos. ‘‘De hecho, una práctica común entre los jóvenes es revisar el perfil de la chica o el chico para conocer más detalles de su personalidad, de sus gustos o de su pasado. Esto implica buscar el historial de fotos, comentarios, los amigos que tiene agregados, entre otras cosas’’.³
Las fotos de pareja, al igual que la publicación del estatus sentimental, son una forma de hacer pública la relación, de buscar reconocimiento para la misma. Estas fotos están sujetas al escrutinio del otro, los pares y los adultos que forman parte de esas redes o que acceden a ese contenido a partir de conversaciones cotidianas sobre lo publicado. Para los jóvenes un “me gusta” o los comentarios positivos en una de sus publicaciones de Facebook u otras redes sociales son signos de aprobación de sus contactos, sean familiares, amigos, pretendientes o conocidos.³
Facebook y más redes sociales, lleva un registro de los pensamientos, las emociones y las vivencias compartidas textual o gráficamente a partir del momento en que alguien se une a su plataforma y lo conserva a lo largo del tiempo. Estos registros pueden ser usados con fines de monitoreo, vigilancia y control del otro. En el caso de los jóvenes, estas acciones de vigilancia se nombran con el anglicismo stalkear. Algunos la justifican como una manera de conocer más detalles de la personalidad de sus prospectos, de sus gustos o de su pasado, como complemento para tomar decisiones de cortejo o emparejamiento. Esto implica revisar exhaustivamente el muro, las fotos, posteos y comentarios realizados y recibidos.
Sin embargo, stalkear es también una manera de acceder a información para vigilar al otro, así como para evaluar la competencia o las amenazas que pudieran representar los amigos o amigas de redes sociales. Encontramos que las redes sociales incrementan la necesidad de quienes están enamorados de tener un conocimiento más amplio del mundo del otro, de sus amistades, de sus exparejas, de su pasado y de su presente.³
Internet, y en especial las redes sociales, han ampliado las posibilidades de socializar para encontrar una pareja, sea para relaciones formales o informales, y la exploración de tales posibilidades implican bajos costos económicos y emocionales. Con la mediación tecnológica, es más fácil y rápido emplear estas estrategias ante un mayor número de personas. El acceso a parejas potenciales se ha incrementado, así como la posibilidad de “conocerlas” a través de sus perfiles de redes sociales antes de iniciar algún acercamiento.
Resulta sumamente revelador constatar que las nuevas tecnologías de la comunicación poseen no solo esa dimensión liberadora y prometedora para la socialización, sino también otra que potencia y profundiza rasgos de las relaciones amorosas que hunden sus raíces en modelos y roles de género que se resisten al cambio aún en la era digital.
Como vimos a lo largo de este texto, la diversidad de prácticas y actitudes al respecto revela un fenómeno al parecer contradictorio: mayores libertades y capacidades para la expresión y la comunicación, generan también mayores conflictos y deseos de control y pertenencia.
El internet, y en especial, las redes sociales, han ido facilitando la comunicación, las formas de expresión, y el conocimiento a la sociedad de lo que pasa en nuestras vidas, sin embargo, como se ha mencionado, esto puede tener sus ventajas y desventajas, no se trata de ver si las redes sociales han sido buenas o malas para las relaciones personales, si no el uso correcto que se les dé a estas mismas.